18 jun 2012

Benidorm o como desparramarse a lo alto y a lo ancho

La mejor adquisición que he hecho en los últimos tiempos es una modesta maleta con estampado vacuno y cuatro ruedas. ¿Hortera?. Puede, pero estaba de oferta y además de tener espacio muge de vez en cuando, que nunca viene mal. Ella y yo acabamos de volver de Benidorm, una ciudad que a priori y siendo de otra localidad con sol y playa, no pensaba visitar. Pero el destino y las vueltas de la vida me han plantado allí una semana. Justo entre el hooligan 327 del bar 532 de la enésima calle creada por y para el desmadre. Justo ahí. El caso es que, habiendo sufrido una tantas alusiones al decir que proviene de la ciudad 'Malaya' y habiendo escrito hasta la saciedad sobre modelos de turismo y lo que sería un hipotético urbanismo sostenible creía que ya estaba más o menos prevenida para algo así. Pero he de reconocerlo, este pueblo me ha dejado noqueada. Conforme avanzas por la carretera y lo ves aparecer no puedes más que parpadear. Un enorme desfile de edificios, puntiagudos, rascacielos sin gusto alguno y torres que albergan tantas moradas como un panal de abeja, rasgan el cielo como previo paso al mar. Vistos de cerca la cosa no mejora, de hecho aproximadamente la mitad de la población de una capital como Madrid, podría caber en una sola de esas torres. Ignoro el aspecto legal de estas construcciones, pero desde luego no es lo que yo tenía entendido por un pueblecito mediterráneo. La guinda del pastel la pone una megalítica construcción que se vanagloria de estar llamada a ser "el residencial más alto de Europa". Su sola visión aterroriza, aunque es de suponer que si siguen adelante, es porque habrá quien le encuentre encanto.
Una vez inmersa en el centro del lugar la postal es constante. Miles y miles de ingleses, suecos e irlandeses ingieren litros y litros de pintas y soportan estoicamente horas de sol que harían desvanecer al españolito más curtido. Ellas, desbordadas. Y no, no de tareas. Desbordadas en lo físico, porque os digo ya que allí 'Naturhouse' no hace negocio. Blancas y rojas a medias, brazos y piernas de flan, enormes pechos y bikinis imposibles que quedan tragados por sus generosas curvas. Olé por la confianza en sí mismas. Una seguridad que atrae sin duda a sus congéneres masculinos, menos blandengues pero con prominente barriga cervecera y que berrean como ciervos en época de celo cuando sus musas se acercan.
No dejo de reconocer que la estampa es un rato curiosa. Sea la hora que sea ahí están, inamovibles jarra en mano y celebrando de igual manera una victoria que una derrota deportiva. Y a tan distinguido ejército hay que alimentarlo, y bien, así que toda una marea de bares, pubs y restaurantes llenan sus ávidos estómagos. Pescaíto frito? Ensaladas? Paellas?. Ni de lejos. Comida de rancho americano, desayunos cargados de huevos con beans, lo que viene siendo un 'meal' ligerito.
Que quede claro, que como víctima de los prejuicios que soy  ("ah! de Marbella! entonces llevas el bolso cargado de petrodólares, no?") no pretendo fomentar estereotipos y no dudo que haya otro Benidorm, pero al menos yo en este viaje no he podido atisbarlo. En su favor he de decir que las arenas son blancas, el agua templada y el ambiente festivo y distendido 24 horas. Quizás la clave sea en que no se trata de un lugar hecho para vivir, si no para estar de paso.

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