19 sept 2013

Lágrimas de tinta

Desde la primera vez que puse un pie en Bristol y aunque la relación amor-odio que tengo con este país es incomprensible, hay algo que siempre me ha parecido digno de admiración: su red de bibliotecas públicas. La situada en pleno centro de esta ciudad, junto a la catedral, ha sido siempre mi favorita. Cálida, acogedora y sabia guardiana de ejemplares de siglos de antigüedad. En la planta superior, normalmente cerrada al público, se respira historia y ediciones de 'El Quijote' de los primeros años de 1600 comparten protagonismo y capas de polvo con las obras maestras de Shakespeare en un hermanamiento literario digno de admiración y que se traduce en un crujir de páginas emocionante.
Al menos, lo era hasta ahora. En una de mis últimas visitas un grupo de personas se amotinaba en la entrada, haciendo público el futuro inmediato de la 'Central Library'. El Ayuntamiento planea la venta de sus dos plantas para la construcción de un colegio privado y el destino de ejemplares tan valiosos como los mencionados es incierto. Una vez más, la educación al servicio del dinero. La señora que recogía las firmas para tratar de impedir la venta nos reconoció de inmediato. "Vosotros sois españoles, sabéis mejor que nadie qué es que os quiten las cosas", nos dijo sentenciando el silencio entre el grupo.
Entré dentro triste y muy sorprendida; quizás sea sólo un edificio (valorado en millones de libras dada su edad y ubicación eso sí), pero es uno de los pocos lugares donde sientes que todo lo que quieras aprender está ahí, al alcance de tu mano y sin coste alguno. Los libros situados allí y según la plataforma que recogía apoyos, en el mejor de los casos se dispersarán y los menos valiosos serán cedidos o incluso destruidos. Sólo queda confiar en que las autoridades escuchen, la venta no salga adelante y no se tengan que derramar más lágrimas de tinta.

3 sept 2013

Turistas con el culo al aire

"En este hotel parece que les hacemos un casting" me comentaba el directivo de un establecimiento hotelero hace un par de días, mientras afirmaba no acabar de acostumbrarse a las barbaridades que cometen algunos mal llamados 'turistas'. Esos que no sólo están en Salou y que nos guste o no y por más que se disimule, también llegan a Marbella, aunque sea con más billetes en los bolsillos. Pero el dinero nunca ha hecho la clase. Mientras hablábamos, un británico desnudo en la terraza vociferaba a una chica que se encontraba en la habitación de otro hotel situado en frente. Que para qué existen los móviles, que aquí en España estamos muy atrasados y se lleva eso del grito en 4G. "Y menos mal que la piscina no está al alcance, pero te puedo contar de todo, esto no es normal".
Enseguida me vino a la mente otra imagen de hace un par de semanas. Un amigo y yo volvíamos a casa en coche hablando precisamente de estas pandas de garrulos que acechan España sin otra intención que destrozar lo que pisan como 'Atilas' de habla inglesa y de cuya presencia aquí, tampoco nos libramos. En ese mismo instante y delante de la fachada de un establecimiento 'de alterne', un grupo de cuatro jóvenes con el bañador bajado y la tasa de alcohol presumiblemente por las nubes, enseñaba el culo a los automovilistas mientras luchaban por mantenerse en pie.
El hecho de que la mayoría de ellos sean ingleses, me cabrea mucho. A punto de embarcar de nuevo me pregunto qué me ocurriría si una vez pise tierras británicas me dedicase a destrozar mobiliario, beber hasta vomitar, cometer actos semi-suicidas y dejar la bandera de mi país a la altura del betún. Pues no voy a comprobarlo, pero unos días de calabozo, actos comunitarios y una multa de muchas libras no me la quitaba nadie. Ni el gris continuo que sufren, ni su obsesión por esa falsa educación y apariencias que les mantiene reprimidos, ni su tendencia al alcoholismo crónico les disculpa. No deberíamos dejar que vean España como ese sitio donde desahogarse y liberarse de todo lo que en su país no pueden hacer. Que vivan aquí 30 años y no se molesten en integrarse o en aprender a decir 'buenos días' ya es un clásico, pero el baremo de la civilización no debería entender de nacionalidades.