"En este hotel parece que les hacemos un casting" me comentaba el directivo de un establecimiento hotelero hace un par de días, mientras afirmaba no acabar de acostumbrarse a las barbaridades que cometen algunos mal llamados 'turistas'. Esos que no sólo están en Salou y que nos guste o no y por más que se disimule, también llegan a Marbella, aunque sea con más billetes en los bolsillos. Pero el dinero nunca ha hecho la clase. Mientras hablábamos, un británico desnudo en la terraza vociferaba a una chica que se encontraba en la habitación de otro hotel situado en frente. Que para qué existen los móviles, que aquí en España estamos muy atrasados y se lleva eso del grito en 4G. "Y menos mal que la piscina no está al alcance, pero te puedo contar de todo, esto no es normal".
Enseguida me vino a la mente otra imagen de hace un par de semanas. Un amigo y yo volvíamos a casa en coche hablando precisamente de estas pandas de garrulos que acechan España sin otra intención que destrozar lo que pisan como 'Atilas' de habla inglesa y de cuya presencia aquí, tampoco nos libramos. En ese mismo instante y delante de la fachada de un establecimiento 'de alterne', un grupo de cuatro jóvenes con el bañador bajado y la tasa de alcohol presumiblemente por las nubes, enseñaba el culo a los automovilistas mientras luchaban por mantenerse en pie.
El hecho de que la mayoría de ellos sean ingleses, me cabrea mucho. A punto de embarcar de nuevo me pregunto qué me ocurriría si una vez pise tierras británicas me dedicase a destrozar mobiliario, beber hasta vomitar, cometer actos semi-suicidas y dejar la bandera de mi país a la altura del betún. Pues no voy a comprobarlo, pero unos días de calabozo, actos comunitarios y una multa de muchas libras no me la quitaba nadie. Ni el gris continuo que sufren, ni su obsesión por esa falsa educación y apariencias que les mantiene reprimidos, ni su tendencia al alcoholismo crónico les disculpa. No deberíamos dejar que vean España como ese sitio donde desahogarse y liberarse de todo lo que en su país no pueden hacer. Que vivan aquí 30 años y no se molesten en integrarse o en aprender a decir 'buenos días' ya es un clásico, pero el baremo de la civilización no debería entender de nacionalidades.
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