Hace ya bastantes años que no escribía en este blog. Nació en la última crisis, mientras me mimetizaba con los ingleses y curiosamente he venido a resucitarlo en otra de ellas. La vida post-covid nos ha situado a todos en lugares que probablemente nunca habríamos imaginado y todo ello da para narrar muchas historias. Pensé en empezar uno nuevo, al fin y al cabo y según los gurús del marketing digital, este no es el sitio más adecuado para deslizar letras, ni me permite innovaciones técnicas...pero entonces empecé a leer.
Y me ha gustado porque yo ya llevaba mucho tiempo contando historias. Algo más madura y menos inocente a veces, pero mi alma sigue siendo la misma. Y esa persistencia en mi personalidad a pesar de los muchos pesares, me ha ganado. Pero sigamos, estamos aquí para leer historias no para escuchar mis plañiderías.
Es tanto el tiempo en secano que no sabría por donde empezar. Pero dado que este verano me ha cundido bastante en algunos aspectos sociales, voy a empezar por este titular: Estoy hasta el moño de las relaciones modernas.
No señores, no son modernas. Son egoístas, despegadas, frías y sin corazón. ¿Suena duro, no?. Pues así son. Como soltera empedernida (un saludito allá donde estés abuela, qué gran frase la tuya aquel día), una no deja de intentar conocer a alguien que (a mi juicio, faltaría más) merezca la pena.
Al principio mi lista de exigencias era muy grande. Después de varios años conociendo gente en redes sociales y en la vida real mi requisito se reduce a uno: si vas a desaparecer, dímelo.
Hemos llegado a un punto en que las relaciones, entendidas desde el compañerismo a la amistad o las románticas, duran literalmente un cuarto de hora. Nos hemos convertido en productos de usar y tirar a los que el usuario (y aquí no me incluyo, llamadme antigua pero me sigue gustando hacer las cosas bien) no ve la necesidad de comunicarle al otro que va a esfumarse a lo Houdini.
Siempre había oído de casos pero este verano, para mi asombro, lo he experimentado en tres ocasiones. No hablo de novios, ni personas que estén en tu vida hace siglos pero sí de, al fin y al cabo, seres humanos con los que has compartido más o menos momentos.
Seres humanos adultos a los que les presupones ciertos valores. Error. Y no creáis que este es un post de cabreo, es simplemente de asombro. Hemos pasado en pocas décadas del tener que morirte con la persona que te dio tu primer beso en el instituto a las técnicas virtuales más crueles de desapego.
Pues no me voy a unir a la moda. Yo voy a seguir empatizando con todo aquel que entre en mi vida y voy a hablarle a la cara de lo que espero de él o ella. La modernidad no va a convertirme en una mala persona.
Huir, esconderse y no dar la cara no es moderno. Es lo que de toda la vida se ha llamado cobardía. Por más que lo disfracemos de anglicismos molones como el 'Ghosting', 'Orbiting', 'Breadcrumbing' o todo palabro que se os ocurra acabado en ing.
Y ahora decidme...¿Soy la única que piensa así?