Hoy he decido no moverme de casa. Ni un ápice o ni una milla como dicen aquí. Y es que hay días en los que es mejor no levantarse, eso lo sabemos todos; lo que no sabemos es cual será y así nos va. Tras quince días de ocupa en un salón prolongando mi estilo de vida de rebelde adolescente, hoy me he mudado a mi nuevo cuarto. Nada más levantarme he sentido mal cuerpo, pero aquello de la responsabilidad no me deja estar quieta y aunque algo me decía "no te mudes hoy, aunque la distancia sea de dos metros", pues yo me he puesto a ello. En pijama y con desgana total he vuelto a marear maletas, cajas, enseres y ropa hacia el nuevo habitáculo de dos plantas que sitúa mi cama a unos dos metros sobre el suelo. Cuando ya estaba terminando y no me explico cómo he caído hacia atrás desde el primer escalón de arriba, volando hacia atrás cual 'Superwoman' , rebotando la cabeza contra la pared e hincando el culo en el suelo para quedar en estado de 'shock'. Como nunca me ha golpeado la cabeza y mucho menos de esa manera (los muros de esta vieja casa victoriana han temblado), he llamado a gritos a mi compañera, que salía maleta en mano camino de Alemania, asegurándole que necesitaba ir a Urgencias. Con los minutos he cambiado de idea y he sustituido el viaje por una bolsa de hielo y un reposo prolongado clavada en la moqueta. Han pasado varias horas y el chichón de la cabeza aún palpita, el coxis sigue inflamado y mi cuello, debido a la tensión, rígido como una estaca.
El resultado es que en lugar de estar tomando un 'cocktail' como había acordado, estoy a dos metros sobre el suelo, temerosa de las alturas y enganchada a la tele como máxima diversión del día. El haber elegido ayer para mi primera clase de 'spinning' en meses, no ha venido si no ha empeorar la situación y estoy temiendo el levantarme mañana para ir a trabajar.
Nunca he sido una persona de caprichos, pero a estas alturas si me preguntan que me regalaría a mi misma, lo tengo claro: un vale canjeable por una única y definitiva mudanza más.