Abril a la vuelta de la esquina y por
aquí ni los pajarillos cantan, ni las nubes se levantan. De hecho,
empiezo a sospechar que el cielo es de atrezzo. Ya me imagino a los
comerciantes del omnipresente 'Poundland' tratando con el Gobierno
británico, “se lo dejo barato oiga, nublados garantizados 364 días
al año por una libra el metro cuadrado”. Me queda averiguar por
qué les hicieron esa faena a los residentes nacionales, pero es
solo cuestión de tiempo. Esta mañana bajaba hacia la parada
apurada cuando un entrañable viejete con ganas de conversación me
detuvo a la órden de “It is cold, isn,t it?”. Acto seguido me
empezó a narrar como a las siete de la mañana brilló unos minutos
el sol tras lo cual a punto estuvo de calzarse las bermudas, si bien
a estas horas (léase diez de la mañana), se hallaba de nuevo
embutido en abrigos y guantes. Tras la inevitable charla y el lamento
común por las temperaturas seguí hacia la parada pensando, una vez
más, en lo afortunada que era. En este país uno ya puede cumplir la
centena, que no por ello acaba acostumbrándose a pasarse el 90% del
año tiritando y sin recibir una sola caricia de sol, por no hablar
de la calidad de vida de la población media en general. Y eso lo
sabemos todos los que estamos aquí, pero pese a todo ello cada vez
somos más. El inglés no se si lo perfeccionaremos pero el español
lo llevamos de escándalo. Yo sin ir más lejos hablo ya medio
gallego, tengo dejes granaínos y voy camino de obtener 'Cum Laude'
en mi malagueño nativo. No me extrañaría que en breve, los
ingleses se vieran obligados a aprender la lengua de Don Quijote si
no quieren verse en minoría. Hay que reconocerlo: somos una plaga
in crescendo. Y no es porque como dirían los
populares tengamos un desmesurado espíritu aventurero, si no
porque las opciones en casa son pocas o ninguna. Ese lema famoso y
que reza que “no nos vamos, nos echan”, es cada día más cierto
que el anterior. No conozco a un solo compatriota deseoso de
permanecer en Inglaterra e imagino que ocurre lo mismo en otros
países como Alemania. Señores ministros, los jóvenes españoles
tienen el espíritu aventurero para viajar, crecer profesionalmente
o descubrir mundo, no para venir a fregar platos cargados
con licenciaturas y doctorados ahora mismo inútiles, a sus espaldas.
30 mar 2013
3 mar 2013
Yo quiero ser como Allan
Hay una película que se llama 'Quiero
ser como Beckham'. Pues para qué me pregunto yo; Eso de los
millones, los músculos y una esposa falta de puchero y que nunca
sonríe no se me antoja para tanto. Yo quiero ser como Allan. Ese
entrañable viejecillo que, sin existir, me está dando alas cada
mañana en el autobús, abriéndome un claro en estos eternos días
nublados. Allan tiene la friolera de cien años y decidió un buen
día que no iba a dejarse ir en un triste asilo, así que emprendió
la más grande aventura jamás contada. O al menos, lo fue para él.
Tenía poco que perder y mucho que intentar. Afortunadamente, me
quedan muchas páginas por descubrir pero este 'abuelete' ya me ha
hecho sonreir en varias ocasiones. Es la magia de la literatura,
transportarte a mundos creados al antojo de tu imaginación. Hacen
falta muchos Allan en este mundo. Hay personas que no son capaces de
saltar una ventana y huir. Ni con 20 ni con 100 años. Y así nos va.
Hoy, mi compañera me hablaba de cómo lleva tres años “sin vivir,
sólo existiendo”, en virtud de la tiranía de una jefa que solo
ve números y no personas, en una compañía internacional que se
hace de oro a fuerza de 'humanoides' que nunca se deciden a pegar ese
salto. Que soportan estoicamente un trato injusto, unas condiciones
de pena y que se dejan casi anular por un sistema que solo entiende
de beneficios. Me imagino a Allan frente a la sucursal de ese sitio o
de cualquier otro similar. Apedreando los cristales, encerrando en la
cámara frigorífica a la 'manager' y dejando como firma su dentadura
postiza olvidada. Genio y figura hasta la cercana sepultura.
Por fortuna hay otros que deciden dar
el paso adelante. Homenajeo en estas líneas a otro de mis compañeros
que, tras varias semanas siendo maltratado por un impresentable que
se regodeaba de representar a una de las empresas con más renombre
de la hostelería inglesa, ha “soltado el mandilón” como él
dice y les ha dejado claro que no pasa por el aro.
Pues va este texto va por ellos, por
Allan y por los que como él eligen vivir y no sobrevivir.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)