"¿Dios mío, por qué me has abandonado?". Eso me entraron ganas de gritar el pasado lunes cuando tras desembarazarme del sueño, el gato y el pijama (que no del calor) me dirigí al metro. Mi estación es de las primeras de la línea así que, aunque me extrañó la baja afluencia de viajeros en hora punta, no le di mucha importancia. Después, conforme pasaba estación tras estación y mi vagón seguía casi vacío comprendí que había llegado el día. Ese día en que literalmente, los madrileños huyen. No hubiera imaginado nunca que esa afirmación escuchada año tras años en casa por boca de mi padre y que aludía a que "en verano Madrid se queda vacía", fuese tan gráfica y clara. Qué bajón. Ellos, tan acostumbrados a asfalto y gran ciudad se me habían adelantado!!. Les tuve envidia, a todos. Los imaginé a pie de playa, disfrutando de la fritura malagueña, bronceándose…
Y me di cuenta de que van a ser dos semanas muy largas. Pero paciencia, la venganza se sirve en plato frío…y cuando todos ellos retomen a sus vagones, yo aún disfrutaré de vistas al mar y brisa nocturna. Me he propuesto salarme tanto como para coger yodo suficiente para el resto del año. Y entonces sí, tras mi break, continuar descubriendo la capital arropada por mejores temperaturas. He dicho.